HOMILÍA: “Pongan atención y levanten la cabeza”

Primer Domingo de Adviento

+ Gustavo Rodríguez Vega, Arzobispo de Yucatán

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este primer domingo del tiempo de Adviento, camino para la celebración digna de la solemnidad de Navidad.

Este adviento es particular, porque no sólo nos conducirá a vivir la Navidad, sino que ahora también nos dispondrá para iniciar el Año Santo del Jubileo de la Encarnación, en el que celebraremos 2025 años de aquel momento en el que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Será un año de gracia y salvación en el que todos estaremos invitados a volver al Señor, a purificarnos con la indulgencia plenaria.

La primera lectura de hoy está tomada del Libro del Profeta Jeremías, que anuncia la cercanía del cumplimiento de la promesa que el Señor hizo desde la antigüedad al pueblo de Israel. Dice el texto: “Yo haré nacer del tronco de David una vástago santo” (Jr 33, 15). Nosotros tenemos muy claro que Jesús en la línea humana es descendiente de la familia del rey David.

También sabemos que, sin incluir la maravillosa santidad de María inmaculada, la llena de gracia, y la del varón justo que era san José, en esa línea genealógica hubo un poco de todo, inclusive fue una familia en la que se cometieron gravísimos pecados. Es decir que nuestro Señor nació de una descendencia como cualquier otra, como la tuya y la mía. Él vino a solidarizarse con cada familia, así como con toda la familia humana. En la Sagrada Escritura podemos encontrar cómo viene esta descendencia desde Abraham hasta David, así como desde David hasta el señor Jesús, tal como lo describen san Mateo y san Lucas en sus respectivos evangelios.

Dice también Jeremías que el descendiente de David “ejercerá la justicia y el derecho en la tierra”. En todo el mundo y particularmente en México, estamos ansiosos de que venga a imperar la justicia y el derecho. Mientras vuelve Jesús a este mundo, nosotros podemos procurar acciones que impliquen justicia y derecho, eso sería adelantar su Reino. Por más buenos gobernantes que pudiera haber en México y en el mundo, sólo el reinado de Cristo traerá la justicia y el derecho que anhelamos; mientras tanto, adelantemos un poco más su Reino entre nosotros.

Con el Salmo 24 de este día, suplicamos diciendo: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”. El santo tiempo del Adviento es un momento propicio para que cada uno redescubra los caminos de Dios. Para dejar que el Señor nos muestre sus caminos, debemos aceptar que tal vez nuestro propio camino no esté coincidiendo con el del Señor, que tal vez vamos caminando por una senda equivocada que nos lleva a alejarnos de Él, y al mismo tiempo alejarnos de nuestra familia, de las personas que amamos y de las que debemos amar.

En la segunda lectura de hoy tomada de la Primera Carta de san Pablo a los Tesalonisenses, el Apóstol expresa un deseo a aquellos hermanos de Tesalónica; ahora ese deseo es también para nuestras vidas. Nos dice: “Que él conserve sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos” (1 Tes 3, 13).

¿Cómo podemos conservar nuestro corazón irreprochable en santidad? Cualquiera puede decir que conserva su corazón sin reproche ante sí mismo, pero ¿quién puede asegurar que conserva su corazón irreprochable ante Dios? El mismo apóstol nos da antes la clave: el amor mutuo y el amor a los demás, eso es la santidad ante Dios. La Navidad con nacimientos, arbolitos, luces, esferas, regalos y fiestas, está hueca si no hay amor en nuestro corazón, que es el único pesebre donde puede y quiere nacer el Niño Dios.

En el santo evangelio según san Lucas, es Jesús mismo quien nos habla de las señales que precederán su segunda venida al mundo, cuando entonces veremos “venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad”. Esos signos son terroríficos para quien no los entiende o para quien vive alejado del Señor, en cambio para los cristianos deben ser signos de esperanza y alegría.

Por eso dice Jesús: “Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación” (Lc 21, 28). ¿Cómo alguien puede ver las ocasiones de muerte y destrucción como la hora de la liberación? Jesús nos invita a estar alerta “para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos” (Lc 21, 34).

No hay vicio que pueda ser bueno. Todos podemos tener algún “hobby” con el que nos distraemos un poco, nos divertimos y descansamos, pero cuando ese pasatiempo nos aleja de Dios, de los demás y del cumplimiento de nuestros deberes, ya se ha convertido en vicio. Claro que hay vicios, como el consumo de drogas, que son directa e inmediatamente nocivos. Superemos todo vicio para estar atentos al día del Señor.

El libertinaje es el uso arbitrario del don precioso de la libertad humana. Dios nos creó para ser libres. El amor nos ata suavemente con sus cadenas, mismas que no violentan nuestra libertad, en cambio el libertinaje nos lleva a atarnos a gente que no nos conviene, así como a diversiones que dañan nuestra salud y que no nos permiten cumplir con toda clase de deberes.

Lamentablemente, la embriaguez es un vicio muy extendido en Yucatán y ya conocemos las grandes tragedias personales y familiares a las que suele conducir el alcohol; además dice Jesús que entorpece la mente y no permite levantar la cabeza y estar atento a la espera del Señor.

Hay quienes piensan que están libres de vicios, libertinaje y embriaguez, pero en realidad están como embriagados por las preocupaciones de esta vida. Todos tenemos motivos reales, exagerados o incluso ficticios para estar afligidos por cosas de la vida, y quien se concentra tanto en esas preocupaciones se distrae de lo que verdaderamente importa, es decir, de estar preparados para el encuentro con el Señor. Decía Jesús: “Bástale a cada día su propio afán” (Mt 6, 34). Hay quien se preocupa demasiado por el futuro, sin pensar que no tiene segura la vida para el día de mañana.

Para poner atención, levantar la cabeza y estar atentos a la hora de la liberación que se acerca, Jesús recomienda: “Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre” (Lc 21, 36). Claro que esa oración no ha de ser una fuga del mundo, sino una plegaria que al mismo tiempo que me eleve a Dios, me enlace con los que me rodean y me haga crecer en el compromiso con el prójimo y con el deber ciudadano.

Que tengan todos un buen inicio del Adviento. ¡Sea alabado Jesucristo!

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